El peor viaje de mi vida hace 20 años: una advertencia sobre las drogas
Hace más de 20 años, antes de que los hongos mágicos fueran prohibidos en Japón, viví la peor experiencia de mi vida. En ese entonces, no era ilegal, pero para mí fue un infierno. Quiero compartir esta historia para que sientas el peligro de las drogas y entiendas lo aterrador que es perder la cordura, cómo lo cotidiano puede derrumbarse en un instante.
La percepción de las drogas y el ambiente de esa era
Era 1989, en plena era Heisei en Japón. Las calles estaban llenas de carteles que decían “¡Las drogas, absolutamente NO!”. Todo —anfetaminas, marihuana, hongos mágicos, poppers— era considerado “peligroso”. Los celulares eran de tapa, no había redes sociales. Para conseguir drogas ilegales, tenías que ir a zonas como Shibuya o Shinjuku y hacer contacto visual con traficantes, a menudo iraníes o tipos sospechosos. Ellos no llevaban la mercancía encima; te guiaban a un lugar cercano donde la guardaban. Si cerrabas el trato, podías contactarlos por teléfono después, pero si los atrapaban, la policía también tendría tu número. Siempre estabas al filo del riesgo.
Sin embargo, los hongos mágicos eran distintos. Como no eran ilegales, se vendían abiertamente en puestos callejeros en Ueno. El acceso era increíblemente fácil.
La actitud irresponsable de unos jóvenes y la falta de preparación
Mi amigo A y yo éramos unos estúpidos. Compramos hongos mágicos en Ueno por pura curiosidad, con una actitud de “vamos a probar”. Más tarde supe que, para tener un buen viaje con alucinógenos, la preparación es clave. Por ejemplo:
- Abstenerse de carne durante una semana.
- Asegurarte de estar en buen estado físico y mental.
- Tener jugo de naranja a la mano.
Estos “rituales” pueden influir en la experiencia. Pero, aunque lo hubiera sabido, no creo que me hubiera importado. Las drogas como la marihuana o el LSD dependen mucho de tu estado mental y personalidad. Si tienes traumas, no son para ti. Y mi personalidad era un desastre para esto:
- Miedoso: No soporto películas de terror ni programas de fantasmas. Hablar de muerte o enfermedades me quita el sueño.
- Ansioso: Odio hacer esperar a alguien en la fila o sentir que estoy retrasando a otros. Tengo una tendencia a sacrificarme demasiado.
Tenía todas las condiciones para un mal viaje.
El inicio del viaje y la caída al infierno
Los hongos mágicos eran unos champiñones secos de color marrón claro, parecían basura.
Yo: “¿Nos estafaron?”
A: “No, así son los de verdad. Ten cuidado.”
Tras una breve explicación, me decidí a comerlos.
A los 5 minutos: “Mierda, ¿y si no puedo volver a la normalidad…?”
Aún no sentía nada, pero el arrepentimiento ya me aplastaba.
“Lo siento, voy a vomitar, me rindo.”
Ignoré a A y corrí al baño a vomitar, pero aquí un dato: una vez que los consumes, vomitar no detiene los efectos. Aunque no está completamente estudiado, los efectos duran unas 8 horas.
Y entonces, de repente:
- Mis piernas comenzaron a sentirse infinitamente largas.
- La televisión se agrandó y empezó a ondularse.
Ya era demasiado tarde.
A: “¿Ya te pegó?”
Yo: “…Sí.”
Los primeros 10 minutos fueron agradables. Pero pronto algo cambió. Empecé a fijarme en el segundero del reloj digital: “1 segundo, 2 segundos, 3 segundos… no puedo parar”. Sentía que, si no me concentraba, algo me arrastraría a un abismo. A también se dio cuenta de que algo iba mal y dijo: “Salgamos”. Me llevó a un restaurante familiar. No recuerdo cómo pasé las siguientes 7 horas y 50 minutos. Solo sé que llegué a casa, me tiré en la cama y me desmayé.
Las secuelas del infierno: el miedo a perder la cordura
El verdadero infierno empezó al día siguiente. Aunque las alucinaciones desaparecieron, una ansiedad inexplicable se quedó conmigo. No podía dormir por las noches, y durante el día intentaba distraerme con el trabajo, pero la hora de dormir era lo peor.
- Cada vez que intentaba dormir, me despertaba sobresaltado por ansiedad.
- Eso se repetía hasta el amanecer.
- No dormía nada.
Al tercer día, colapsé y fui a un psiquiatra. Le conté todo y me recetó estabilizantes y pastillas para dormir. La ansiedad disminuyó poco a poco, pero tardó seis meses en desaparecer por completo. Necesité los estabilizantes durante 2 o 3 meses. Aprendí de la peor manera lo aterrador que es perder algo tan básico como dormir o sentirte seguro.
Conclusión: No te metas con las drogas
Hay quienes usan alucinógenos regularmente y se vuelven muy espirituales. En Estados Unidos, se está investigando el uso de microdosis para tratar el TEPT. Pero mi mensaje es claro:
“¡No intentes autoterapia!”
Jugar con tu cerebro es tu responsabilidad, pero reparar un cerebro dañado no es fácil. Mantener la cordura es más difícil de lo que crees, y esta experiencia me lo enseñó de la peor manera.
¡No consumas drogas!
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