Encuentro con un producto prohibido
Mi experiencia con la marihuana hace 20 años
Hace 20 años, probé marihuana. No una, sino varias veces. En Japón, es un “producto prohibido por las autoridades”, un delito que puede llevarte a la cárcel. La primera vez que la probé fue por una invitación repentina de un amigo mayor. “Hoy conseguí algo”, me dijo. La verdad es que yo le había pedido probarla porque sentía curiosidad, así que cuando llegó la oportunidad, no lo dudé.
Esa marihuana era de alta calidad. ¿Cómo lo sé? Porque mientras negociábamos con el vendedor por teléfono, mi amigo se enojó: “¡Ese precio es una locura, no estarás intentando estafarnos!”. El precio era 1.5 veces más alto de lo normal, y el vendedor no cedió. Al final, pagamos el precio elevado, pero mi amigo me explicó que ese vendedor “ama la marihuana y la vende como una especie de misión, no para vivir de ello”, así que era confiable. En resumen, era material de primera.
El primer viaje y la pipa de aluminio
Llegamos a la casa de mi amigo, éramos tres. Pusimos música suave y evitamos el alcohol porque, según él, “es mejor no mezclar”. Entonces comenzó la lección.
Primero, nada de pipas de vidrio. Quien usa una pipa de vidrio es un novato. ¿Por qué? Porque si la policía te revisa y la encuentra, es casi seguro que te arresten. Además, tanto un buen viaje como uno malo quedan grabados en la pipa, convirtiéndola en un “recuerdo” difícil de desechar. Tener pruebas de un delito es un gran riesgo. Mi amigo me contó que, en su juventud, llevar una pipa era motivo para que los mayores te “educaran” a golpes.
Entonces, ¿cómo se fuma? Con una pipa improvisada de papel aluminio. Cortas un trozo de aluminio de 30 cm, lo doblas a la mitad para que quede de 15 cm x 30 cm, lo enrollas alrededor de un palillo grueso hasta formar un tubo como un popote grande, y doblas la punta para crear un espacio donde poner la hierba, asegurándote de que el aire pase pero la marihuana no se caiga. Mi amigo, con manos expertas, creó una pipa plateada brillante. Puso una pequeña cantidad, del tamaño de la punta de un dedo, dio una calada, exhaló el humo, respiró y me la pasó.
Di una calada. Diez minutos después… nada. “¿Será que no inhalé lo suficiente?”, pensé, y di dos o tres caladas más. “No siento nada, ¿será que no me afecta?”, dije decepcionado. Justo cuando pensé que no valía la pena y di una última calada, ¡bam! Todo cambió. No noté diferencia en el sabor, pero una sensación de calma me envolvió. Los sonidos vibraban intensamente, mis pensamientos se repetían en bucles y, curiosamente, eso me parecía divertido. Me relajé por completo y disfruté de un buen viaje. Si hubiera usado una pipa de vidrio, seguro la habría guardado como un “recuerdo” inseparable.
El segundo intento y la oscuridad de un mal viaje
Días después, quise repetir la experiencia. Busqué mi propio contacto, compré marihuana y, ya experto en hacer pipas de aluminio, me sentía todo un profesional. Con entusiasmo, probé por segunda vez… pero fue terrible. En lugar de sentirme bien, todo salió mal. ¿No se supone que toda la marihuana es igual? ¡Es la misma planta! ¿Por qué fue tan diferente?
En vez de calma, sentí ansiedad. Apenas podía mantenerme mentalmente presente. El miedo a que algo saliera mal o a perder el control me atormentó hasta que el efecto pasó. No quise intentarlo una tercera vez y dejé lo que sobró guardado. Quienes han comprado saben que un paquete no se consume de una vez; no es como un cigarro que fumas sin parar. Esas imágenes de películas o videos musicales con porros enormes son como piratas bebiendo barriles de ron: puro espectáculo, una exageración.
Probé fumar pequeñas cantidades y puse mi música favorita, pero nada funcionó. Al final, tiré lo que quedaba por el inodoro. Fue extraño.
La respuesta de mi amigo y la búsqueda del espíritu
Le pregunté a mi amigo: “¿Por qué pasó esto?”. Confirmó que la primera marihuana era, efectivamente, de gran calidad. Pero la diferencia entre una buena y una mala no es tan importante para quienes fuman habitualmente; el problema estaba en mí.
Sentí el impulso de superar esa barrera. Quería intentarlo otra vez. La ansiedad que sentí debía ser algo mental, y quería superarla. ¿Era mi cuerpo el problema? ¿Estrés acumulado que no veía? En Japón, además, el riesgo de ser arrestado aumenta la paranoia. Por eso decidí no volver a hacerlo aquí. Si la policía me atrapara, sería devastador: adiós a viajes al extranjero, licencias que quiero obtener, y a las cosas que amo.
La curiosidad no desaparece con la edad
Esto no es algo que un adulto sensato debería hacer. Pero hay una parte de mí que piensa: “Con la edad, quiero sentirme cómodo siendo yo mismo, sin importar lo que piensen”. Aunque sea algo estúpido, quiero hacer lo que me apasiona. No quiero perder esa curiosidad por explorar la mente. Incluso de adulto, me pregunto de dónde viene la conciencia, y sé que no lo sabré hasta que muera.
Mantener la cordura no es fácil. La fragilidad de lo cotidiano, que puede derrumbarse en un instante, la sentí también con hongos alucinógenos, y con la marihuana fue igual. El buen viaje fue maravilloso, pero el malo fue un infierno. Nunca olvidaré esta experiencia.
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